jueves, 11 de agosto de 2011

Como los violinistas del Titanic

La alarma de la desesperanza es un estruendo que revienta tímpanos. Le pitan los oídos al mundo entero que ya no ve una luz al final del túnel.

Nadie apuesta por el cambio de la situación. La política ya es a ojos de la humanidad, una gran e indigna prostituta que se vende escandalosamente, y se entrega al fuego que más calienta.

Saben y sabemos que sea quien sea el capitán del barco no podrá impedir el impacto contra el gran iceberg del aciago futuro labrado por siglos de vergonzosa historia de la humanidad.

Y aquí está la España de cientos de miles de familias desahuciadas, esclavas, de vidas hipotecadas, de casas deshabitadas en manos de entidades financieras que prefieren el abandono de las mismas. Familias que ya apenas se rebelan y como en una trágica y feroz violación consentida ven impotentes cómo se les hunde la vida.

Y aquí sigue la España de los millares de jóvenes acampados, con los corazones despiertos clamando las verdades más manifiestas de nuestra historia, luchando por el fin de un sistema inmoral. Encadenados a la incertidumbre, a la falta de alternativas y de ideas, sometidos al cansancio de una lucha que trata de ser acallada, que es menospreciada e insultada por los medios controlados por los mercados y por todos aquellos que como carroñeros, siguen comiendo del cadáver de los desfavorecidos y viven a costa de ellos. Ahí siguen las plazas teñidas de los toldos del color de la esperanza esperando poder empezar a escribir esa hoja en blanco que es un futuro virgen y que aún nadie sabe por dónde coger.

Perciben y percibimos que algo va a pasar, que algo tiene que pasar. Una vez desenvuelto y hecho pedazos el bonito envoltorio en el que venía empaquetado el éxito, se ha hecho patente que era una gran mentira a la venta en supermercados, con ofertas y descuentos, con clientes VIP, tarjetas de fidelización y endeudamientos en masa.

Así, abrazados a la desesperanza, sabiendo que el barco se hunde, algunos se aferran a sus bienes, y otros lidian como pueden con la amargura, convirtiendo pequeñas alegrías cotidianas en motivos para seguir. Y siguen, siguen como los violinistas del Titanic aún sabiendo que el barco se iba a hundir.

Escriben y escribimos sobre el fin, sin miedo alguno, porque lo que tenga que venir sin duda será mejor que el templo de las desigualdades y las injusticias que hemos levantado. Desde fuera lo contemplamos en los últimos días, por fin, en ruinas se cae, se tambalea.

Que no te pille dentro.

El Vendedor de Versos.