lunes, 31 de mayo de 2010

Pedir un crédito

Me levanté por la mañana, hoy puede ser un gran día, canturreaba mi mente adormecida todavía. Todo estaba perfectamente planeado. El look, la vestimenta, un aura que transmitiera mi capacidad de devolver a plazos cualquier crédito del mundo. Me sentía un pobre trabajador, ahogado por las insensibles garras del gastacomprapaga, digo, del capitalismo. Fluían tipos de interés por mi cabeza, tantos por ciento, meses sudando para devolver un importe pequeño, un ogro banquero que se reiría de mí. Para más inri sería gordo y áspero, y al soltar sus carcajadas vería sus dientes retorcidos y negros de fumador empedernido y vividor de pagahipotecas. El look elegido para pedir mi crédito se compuso de pantalones tejanos de color oscuro, camisa de cuadritos pequeños, arreglado pero informal. Y lo más importante, el toque magistral que puede transformar al más quinqui en ávido lector de cero a cien en dos segundos: unas gafas de montura fina y cristal gordo. Insisto: infalible.

Advierto a un joven banquero, señalado con el cartel de “particulares” así que hacia allí me dirijo con mi particular turbación. Delante, una señora con una preciosa y negra cabellera, charlaba alegremente con la figura que concedería mis deseos, ese genio de la lámpara vestido de traje y corbata que trabaja en la Caixa. Mis glándulas sudoríparas conscientes de la importancia del momento empezaron a emocionarse de la ilusión, dejando correr alegres chorros por mi frente y espalda, de mis axilas corrían torrentes de emoción incontrolada.

Cuando la señora de la preciosa y negra cabellera -como llamaré puesto que los nervios no me dejaron fijarme en nada más- se retiró, llegue y aposenté mi trasero en la cómoda silla de la Caixa, sección particulares.

- Venía a consultarle sobre un crédito –balbuceé-. Acostumbrado a estas habituales peticiones, el joven banquero, distante de mi maliciosa figura imaginaria, de mi enrevesada concepción del gremio bancario, siguió cual programado autómata el protocolo. Cantidad, finalidad, y datos personales. La pregunta de cuánto ganas me hizo sentir como desnudo en medio de la plaza del pueblo con mi pito encogido y con la gente mirando y riendo, haciendo fotos y llamando a sus familiares y amigos para que corrieran a contemplar la escena. Pero mi genio de la lámpara, muy profesional él, contuvo la carcajada al oír el irrisorio salario, parecido al coste de una llanta de su coche. A la cuestión, “para qué necesitaría el crédito, grosso modo”, una rápida serie de incógnitas me sobrevino. ¿Y si fuera para drogas? ¿Si quisiera ese crédito para contratar un sicario? ¿O para pegarme una fiesta que ridiculizara las de Fredy Mercury? Suerte que mis razones eran más de estar por casa, más triviales. Pagarme un coche con más años que yo, un seguro más caro que el coche, y unas prácticas más caras que medio coche del señor de la Caixa.

Ya os contaré, pero en cuanto lleve una serie de papeles, muchos papeles, mi amigo banquero me ha dicho que no habrá problema. Por eso hoy estoy contento. ¡Visca la Caixa!

PD: Espero no acabar diciendo visc a la Caixa, puesto que eso conllevaría mi pase a la indigencia.

El Vendedor de Versos.