domingo, 27 de febrero de 2011

Viento polar

Afuera sopla y cuenta historias el viento polar. La calefacción le va ganando la partida al frío. El jazz ayuda a caldear el ambiente. El colchón es blando y parece que quiera absorberte en cuanto entres en un sueño profundo. Tengo unos libros amontonados encima de la mesa recordándome que tenemos cuentas pendientes. No tengo televisión. Tampoco tengo internet. Puedo leer, escribir o limpiar maniáticamente mientras pasa el tiempo muerto. Salir a correr hasta quedar exhausto por los impresionantes jardines reales. Volver. Entrar a mi casa escondida detrás del mercado municipal. Sentarme en el sofá y degustar versos que vienen desde Argentina.
En la calle las tiendas son pequeñas y todavía no terminan de faltarle el respeto a la memoria nostálgica de como fueron antaño. Aún se puede ir a comprar el pan y que detrás del mostrador te atienda un tendero de los de toda la vida. Las calles las recorren familias, domingueros y turistas. Los asadores se llenan y la atmósfera se niega a respirar de los aires de apocalipsis que venden los periódicos. Los pulmones aplauden el aire puro que los llena. El viento polar limpia las brumas mentales altamente contaminantes.
Ahora estoy donde sopla el viento polar, que tiene los días contados. Ahora estoy donde la primavera pide paso y llama tímidamente a la puerta de las estaciones pidiendo protagonismo. El mes de marzo me sirve en bandeja nuevos sabores de vida. Sabores que parecen dulces y terminan con un toque amargo que no tendrían si no te echara tanto de menos.

El Vendedor de Versos.

jueves, 17 de febrero de 2011

Notas olvidadas

"Mi patria son las palabras. Tal vez pueda concebir mi infancia como una patria que me queda lejana, el tiempo borra muchos recuerdos. Quizá ya no tenga bandera."

"La fe es un valor sólido que si no se alimenta se quebranta y acaba por morir. La mía se resquebrajó. Más pronto que tarde debería recomponerla con los pedacitos y las cenizas que guardo en los bolsillos."

"El llanto es la señal de que la conciencia sigue viva. Yo no lloro."

"Me gusta parar el mundo o pararme yo mientras se mueve el mundo. Y entre los vaivenes, los ajetreos y estreses, las aglomeraciones y las prisas, me pregunto: ¿Y todo esto para qué?"

"La humanidad nos hace humanos. La sociedad nos hace animales."

"Piensa en el coche de tus sueños. En la casa de tus sueños. La mujer de tus sueños. El viaje de tus sueños. Apaga la tele. ¿Has pensado en tus sueños?"

- Párate, párate. ¿Dónde vas?
- A ninguna parte.
- Vámonos, te acompaño. Al fin y al cabo iba a acabar yendo hacia allí.

"Los medios de comunicación incomunican".

"La belleza física la determina el brillo de la mirada".

"Dime con quién andas y te diré quién eres... Pero, si ando solo, ¿quién soy?"

"Es ruido el silencio y compañera la soledad."

"Pobre mundo mío que más que avanzar decrece, donde el amor es una sombra, donde la fe fenece".

"Nos venden hasta lo imposible, incluso nos hablan de la organización del caos y el éxito del fracaso."

La ambición del cobarde, la razón de la causa, la nariz herida,
el tiempo que fluye y huye la pausa.
La cordura del loco, las cuerdas que atan, corro si me equivoco,
lucho cuando me maltratan.
La infancia de una puta, el éxito de la derrota, amaneceres oscuros,
el rey es un idiota.

Corrígeme si me equivoco, me sabe a euforia la boca,
párame si me acelero, lo que hay no es lo que toca.
Vamos a tender puentes que nos lleven por tu camino,
derribaremos los muros, reinventaremos nuestro destino.

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Se auguran tiempo mejores, los peores ya se han ido.
Me tortura la idea de lo que no fue pero pudo haber sido.
No te disgutes conmigo, nadie sabe más de tus embustes,
haciendo con mis palabras el olvido.
Fui un trilero del verso, aún impaciente te persigo,
el ladrón de guante blanco merodeante por tu ombligo.

(Frases y notas que encontré, escritas entre 2009 y 2010)

El Vendedor de Versos.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Inconexiones

Un despertador inexistente alarmó la conciencia dormida. Y me recordó quién soy. No sé lo que quiero ser pero sí sé todo lo que no quiero llegar a ser. No puedo vivir sin fe, no puedo ceder a la independencia y al egoísmo. Yo mismo no puedo ser mi motor, porque solamente soy uno más y puedo morir mañana. Por más que desee, por más que me angustie este sistema, mi esfuerzo y mi lucha no podrán cambiar apenas nada. El desánimo me ha vencido porque veo el conformismo y la resignación. Veo que casi nadie lucha, que el enemigo es muy poderoso y que unos cuantos buenos jamás podremos vencerlo. Veo que la sociedad ama revolcarse en la mierda, veo que la suplantación de las conciencias ha funcionado. Ejércitos de zombis toman las calles. Ejércitos de personas se mueren mentalmente viendo la televisión, se dejan llevar por el río mortal del consumismo y la vanidad.
Los grupos de activistas alejados de esa gran puta llamada política, son un caos. Una masa de gente heterogénea que jamás logrará ponerse de acuerdo. El movimiento anarquista es una masa en eterno desacuerdo.
Sigo creyendo en Dios, nada cambiará eso, y no puedo seguir dándole la espalda, inventando qué es lo que quiere de mí a mi conveniencia.
A su vez, aún tengo muchísimos cabos sueltos, inconexiones, asuntos que no puedo llegar a comprender.
Desde pequeño me enseñaron dónde estaba la verdad. Un día dejé de creer que ahí estaba esa verdad. Y puede ser que no sea la verdad absoluta. Lo que sí es seguro es que no encuentro nada mejor y la ansiedad me crece, la angustia me mata.
Tengo una crisis ideológica y personal profunda. Dicen que toda crisis precisa de cambio para ser superada, que toda crisis requiere un cambio si es que crisis y cambio no son sinónimos.
Tengo tantas inconexiones que no puedo seguir tirando como si nada pasara.

El Vendedor de Versos.

viernes, 11 de febrero de 2011

El articulista

A nivel profesional estaba sumido en un mar de dudas. Semana tras semana sus artículos eran aplaudidos por muchos lectores y desacreditados por detractores a partes iguales. La crítica era la señal de que sus artículos no eran inocuos, que metían el dedo en la llaga y tocaban conciencias. Eran la alarma que recordaba al mundo que lo que habíamos construido hasta ahora se cimentaba en los pilares de la injusticia, que el capitalismo feroz y las nuevas tecnologías nos mataban la humanidad, el espíritu. En ocasiones encarcelado, juzgado y maltratado cuando indagó en asuntos políticos realmente turbios. Amenazado cuando se atrevió a investigar los oscuros movimientos de directivos y empresarios muy importantes.
El asunto, sin embargo, no era ese. Se sentía realizado al haber orientado su vocación periodística hacia fines útiles. La lucha verbal, la comunicación de verdades que intentan ahogar, el periodismo como medio de comunicación no como medio de control, de medias verdades, que casi siempre eran mentiras completas. A la vez, el desasosiego lo había ido consumiendo con el tiempo. Se sentía realmente deprimido al sentir que sus artículos eran pasatiempos. Que la mayoría los leía, y pensaba, qué razón y qué valor tiene este tipo, pero nada más. Y encontró estúpido luchar unilateralmente por cambiar un mundo que la sociedad resignada parecía no querer cambiar. La resignación y el conformismo, la falta de pensamiento, el egoísmo, sostener lo insostenible, la ignorancia y su alarde constante.
Ese desasosiego iba matando sus ganas, iba acechando contra su ímpetu hasta hastiarlo, y la depresión lo había tomado por completo.

La puerta se acababa de cerrar. El portazo y el nunca más de Lucía dibujaba un punto final imborrable. Enamorado desde hacía años, las citas pasionales con ella se sucedían de tarde en tarde. A veces desaparecía por largo tiempo sin previo aviso y otras aparecía cuando menos la esperaba. Sabía que perderla significaba el fin de sentir, el fin de un motivo, el fin de amar. Esta vez, en una de sus apariciones sorpresa, venía a comunicarle su compromiso con Juan Márquez, un rico empresario de la ciudad. El compromiso representaba un triste simbolismo. Si bien el conformismo general mataba sus ganas por seguir luchando, finalmente, Lucía cedía a casarse con un joven rico, a casarse con el poder, a cambiar un hipotético futuro basado en lo que estaba por llegar, en sueños nobles, por un presente práctico pero terrible, el triste acto de venderse, de cortarse las alas y no querer volar.
Una inmensa oscuridad tomó su ser, la luz que podía entrever se apagó y no vio más allá. La caja de antidepresivos se adueñó de su pensamiento, alargó el brazo y se tragó una dosis que quintuplicaba lo aconsejado.
Sin ganas de dejarle una carta de despedida al mundo, lo dejó. Románticamente, sufriendo un terrible dolor interno, el dolor de ceder ante la muerte, pero aún más el dolor de ceder a la desesperanza y de saber que el mundo entero está también muriendo y de que se conforma con vivir una lenta agonía voluntaria.

En memoria de Mariano José de Larra,

El Vendedor de Versos.

domingo, 6 de febrero de 2011

Saturday night fever

Salí del local al borde de un ataque de ansiedad. El gin tonic de Martin Miller parecía haberse multiplicado por diez dentro de mi estómago y me sentía muy mareado. Parece que a mi alrededor beban del elixir del futuro, ansiosos, como si entre los cubitos de hielo se pudiera encontrar algo que no he sabido encontrar. Matando la sed de la juventud a base de alcohol. La felicidad de los cuatro cubatas se disfraza de felicidad, pero sólo está vestida de inconsciencia. Yo quiero ser feliz siendo consciente, como dijo Pablo Hasél. Ya no quiero que la marihuana me evada, ni quiero que la cocaína me energice, ni que el alcohol me aturda. Me he cansado de ir de bar en bar, buscando a la poesía hecha mujer y de que jamás aparezca. No quiero recordar los besos que tiré borracho y que ni siquiera quisiste guardar en tus bolsillos de recuerdo. No quiero sentir nauseas al recordar con quién me fugaba hacia esquinas oscuras.
Hace frío y me gotea la nariz, vuelvo a entrar al local. La ola de calor de la gente enlatada me azota en una bocanada. Pasan hasta cuatro personas que me conocen, y hasta cinco que no me saludan.
La niña que recordaba jugando en el parque ya ha crecido y está borracha, se besa y se toca con un tipo cansado de hacer lo mismo con una distinta cada fin de semana.
La camarera palia sus desalientos magnificando su escote, pero sabe que los piropos de los borrachos jamás podrán curar su espíritu.
El borracho del pueblo hace el ridículo en la tarima. Si alguna vez despierta de su sueño de alcohol que ya dura décadas y busca entre sus manos algo de valor, arrojará su cuerpo al camión de la basura.
Y yo miro abstraído y solo, rodeado de noctámbulos, sintiendo que pasaron todos los vagones llenos de grupos de gente y que no me subí a ninguno. Que seguirán pasando vagones llenos de gente y que no voy a encontrar mi sitio y no sé si quiero encontrarlo. Difusos, apenas como un borrador escrito con vagos trazos, quedan los años en los que las primeras borracheras me sabían a libertad. Los momentos en los que sentados fuera, pasando frío, al lado de un pub de mierda imaginábamos futuros y los proyectábamos como castillos en el cielo, yo no me quejo, pero ya nos hemos pegado tremendas hostias, que matan para siempre como tirarse desde un rascacielos.
El maldito reloj sigue corriendo tan rápido que apenas me deja saborear la nostalgia que me queda, y llorarla a gusto con mi almohada. Quizá todos estamos muertos desde que perdimos la inocencia on Saturday night fever.

El Vendedor de Versos.