viernes, 10 de julio de 2009

El escritor


Un escritor es como una puta, lo decía Charles Bukowsky. Ejerce el mismo papel para sus lectores. Leen tus poemas, tus textos, tus novelas y ya han terminado contigo. Tú les das algo que forma parte de ti, que sale de dentro, del alma, de lo más profundo. Y cuando se sacian te olvidan. Pero no hay cosa que me guste más que la escritura. Y quiero prostituirme con millones de personas.

El Vendedor de Versos.

martes, 7 de julio de 2009

El rincón oscuro

Dime qué haces atormentándote desde ese rincón oscuro, siéntate a mi lado, confía en mí.

¿Cuál es el mayor de tus problemas? Quiero que me cuentes la causa de tu angustia, de tu pena, de tus lamentos. De que llores por las noches amargamente. De que quieras acabar con todo, de que la vida te sepa a mierda y castigo. ¿Por qué te atacan depresiones tan violentas?

¿Acaso alguien te maltrata? ¿Naciste en la miseria, en un país explotado? Cuéntame si de pequeño tus juegos fueron en un parque con jardines, fuentes y columpios… ¿Tuviste una familia, un hogar lleno de paz?

O… ¿trabajaste como un esclavo para ayudar a tu familia? Dime si no fuiste a la escuela porque, simplemente, te privaron de vivir tu infancia. Quizá sufriste abusos de tu padre. Llegaba borracho a las tantas, le pegaba a tu madre, os violaba… Era un alcohólico, un hijo de puta. ¿O era un ludópata? Nunca te quiso, nunca te dijo “te quiero”, afróntalo con sinceridad, dime, ¿nunca te abrazó, nunca te besó?

¿Conociste a alguien atrapado por las drogas? ¿Alguien que destrozara su vida y la de quienes le rodeaban?

A lo mejor naciste postrado en una silla de ruedas. En esa cárcel que te priva de vivir como un ser humano se merece. Sin percibir el tacto de una flor. O sin verla. O sin escuchar nada. Sin tener sensibilidad en todo el cuerpo.

¿Viste morir a alguien que querías? Comprendo tu dolor. Puedes hablar conmigo. ¿Fue el cáncer su verdugo? ¿Un accidente, otra enfermedad? ¿Qué lo mató?

Sal de tu rincón oscuro y, si no es este ninguno de tus problemas, por favor, ilumínalo, y piensa. Piensa en tu suerte y vive. Vive.

No te refugies en lamentos, no le des lugar al llanto, no prives a las sonrisas de florecer en tu boca. Lucha, ayuda, sal de tu egocentrismo. Da, porque la vida quita sin avisar, pero premia y a veces no nos damos cuenta.


El Vendedor de Versos.


domingo, 5 de julio de 2009

Noche de verano

Deprisa me vestí con lo primero que encontré en mi desordenada habitación. Unos tejanos, una camiseta blanca con las mangas cortadas, y unas deportivas blancas. Tras un portazo, me abalancé a la calle en busca del silencio, huyendo de los gritos y los reproches. Era la misma historia de siempre. Mi falta de responsabilidad, la pasividad que transmito hervía los nervios en casa. Siempre me he tomado las cosas con calma, dejando para última hora lo que de sobra me daba tiempo de hacer hoy, y con el paso del tiempo sigo sin cambiar un ápice mi comportamiento. No sé, no creo que sea para tanto.

Algo me oprimía el pecho, como un desasosiego constante. Desde que llegué llevo días y días sin parar de pensar ni un segundo en mil cosas, mi cabeza no para. Y a veces le pido que me dé tregua, dame un poco de paz por el amor de Dios. Pero no cesa, y mis pensamientos viajan a mil por hora, me arrojan recuerdos a la cara, algunos que duelen…

El paseo sirvió de mucho. Con el ajetreo rutinario de cada día, dejamos de fijarnos en los pequeños detalles. Y dónde sino se encuentra la felicidad. Justo en la entrada de mi antiguo instituto hay un pequeño jardín vallado, donde crecen rosales que sin dolores de parto dan a luz a rosas de todos los colores. Donde estaban las flores solo veía exámenes, profesores tediosos, y paredes frías y grises.

En el taller de enfrente del instituto, hay un pequeño apartamento donde vive el mecánico. Se le oía moler café desde la calle, y la televisión estaba encendida, y el ventilador de aspas del saloncito apagado.

Las ventanas de los vecinos de los bloques colindantes se alumbraban por la luz de más televisores. Curioso contraste, que desprenda un resplandor el aparato que oscurece las pocas luces que ya tenemos. El chisme que adormece nuestras ganas, nuestro espíritu, que nos amuerma, nos atonta y nos vende lo vano y lo chusco envuelto en audiencias de récord.

Acostumbrado a Barcelona, no encontrarse tráfico paseando por la noche, y escuchar solamente el sonido de mis pasos daba cierto miedo. Si es que tengo la capacidad de asustarme de algo a estas alturas. Subí a paso lento por el paseo del Parque, lleno de casitas bajas en su margen izquierdo. Parece que en ellas no viva nadie. Con las persianas bajadas apenas se perciben sonidos desde su interior, ni luces ni movimiento.

Recuerdo la casa de color asalmonado, hoy en obras. De pequeño soñaba con vivir allí. Cuando volvía de jugar a fútbol en el parque, con las rodilleras llenas de barro, mis guantes de portero y el balón bajo mi brazo, fijaba la vista en aquella pequeña casita adosada, vete a saber por qué razón. Imaginaba que un día sería mi casa. Ahora esa pequeña casa adosada no me parece más que ridícula y poco acogedora. La magia se pierde y la amargura nos toma a medida que nuestra parte infantil vuela lejos para no volver.

Subiendo hasta llegar casi al final del paseo, giré a la izquierda. A unos cincuenta metros me quedaba un albergue, del que procedía el jaleo de los chavales que pasaban allí unos días de sus vacaciones de verano.

Rodeando las manzanas de chalés, me fijé en uno muy grande, con el exterior de piedra y madera de roble. En el jardín cenaban y charlaban animadamente familia y amigos de los pudientes anfitriones. ¿Quién puede pensar en toda la mierda que hay en el mundo, si tu casa apesta a lujo y aposentas tu elegante culo en sofás de confortable cuero? Eso me lleva a pensar en qué interés pueden tener los políticos, los diplomáticos, en la gente que nunca comprenderá lo que es un banquete regado por el mejor vino. Con sus vidas de viajes, hoteles, y lujos que paga el pueblo, ¿quién comprende al que siente rugir de hambre sus tripas, al que no tiene trabajo, al que debe mantener a una familia, al enfermo, al miserable?

Cerca del parque donde pasé mis tardes jugando cuando era niño había un gran descampado. Ahora se levantaba sobre él una moderna guardería. El puente que conducía al pueblo más cercano era nuevo y habían hecho una rotonda para acceder a él sin peligro. Aún recuerdo el viejo puente que tenía pinta de que fuera a derrumbarse si el río bajaba con fuerza, o si se juntaban unos cuántos coches para cruzar.

Yendo hacia las afueras del pueblo, como una visión irreal se plantó ante mí. Era una enorme y nueva zona urbanizada. ¿Dónde están los campos sembrados? Saltando una valla, curioso, recorrí aquel entramado de carreteras urbanas de ciudad en miniatura, recién asfaltadas, de carriles bici y zonas de paseo. Los aspersores regaban la zona ajardinada y los caracoles salían al presentir la humedad. Tuve la fantasía de estar acompañado. Y que tumbados sin más quehacer que observar el cielo oscuro, nos sorprendiera el riego de los aspersores y nos comiéramos a besos, sin preocuparnos de acabar empapados. Tomé a un caracol, que curioso asomaba de su caparazón, y se situaba peligrosamente en mitad de la carretera. Lo coloqué en la hierba, para que campara a sus anchas. ¡Quién tuviera caparazón para esconderse de vez en cuando!

Absorto en mi paseo y percibiendo los aromas de esa noche de verano, me sobresaltó la llamada de Gerard. “Quedamos en veinte minutos en la fuente del paseo”. Di un rodeo para alargar el trayecto y llegar con el tiempo justo con tal de no esperarle demasiado. Tomamos una cerveza servida por la chica con los ojos más bonitos del pueblo. Una camarera del este. No son tan hermosos como los de Lorena, ni esa pobre camarera de rostro triste tiene su sonrisa luminosa, pero en esa noche de melancolía era lo más bello que vi.

Conversaciones con él, sobre nuestra ansiedad. Mi preocupación por no hallar un sitio en este mundo. Recordaba aquella canción de flamenco que decía, “carromatos llenos de gente, yo no encuentro mi sitio, yo no lo encuentro”. Deprime no poder salvar casi nada, ni personas buenas, ni valores, ni acciones, ni sentimientos puros. Nos ahogamos y necesitamos oxígeno a bocanadas, necesitamos respirar proyectos, ilusión y ganas.

Sin ganas de más, me despedí y enfilé el camino hasta casa, para escribir brevemente sobre esa noche de verano.


El Vendedor de Versos.