jueves, 30 de diciembre de 2010

Yo era su persona, ella era supersónica

-Y ahora te diré… que estoy enamorado de ti. Pero… tal y como están las cosas, no estoy aquí para meter por la fuerza mi alma retorcida en la tuya.

- Ya lo sé…

- Sabes que soy un borracho, y yo sé que tú eres… supersónica.

Supersónica de Charly Efe.

Una vez más, cuando nuestros tiempos muertos se alían, estamos frente a frente.

Empieza otra partida en nuestro juego. El juego en el que hasta ahora siempre gana la cabeza al corazón. Sabemos que podemos construir un mundo en pocas horas, que podemos aislarnos de la rutina más soporífera para contarnos las cuatro cosas típicas. Frases típicas y tópicas que no suenan por encima de ese silencio que pregunta a gritos dónde están nuestros besos, esos que jamás nos dimos. Ese silencio que está tan desconcertado como nosotros.

Cuántas veces inventamos cómo sería nuestra historia. Tanto lo habremos pensado que parecemos vivir vidas paralelas sin censuras ni barreras. Ya te he hecho el amor no sé cuántas veces, he escrito versos por todo tu cuerpo, te he prometido hasta el cielo, y eso que las promesas no se me dan bien.

Si no he sido valiente y me ato al conformismo es porque aún me satisfago con refugiarme de todo mientras tomamos un café, que tu mirada me salve de la calle gris, de las caras lánguidas, que tu risa acabe con el frío de mis manos. No me canso de que me recuerdes cuáles son tus ataduras, no comprendo sin embargo, que sigas sometiéndote a una cárcel que no te conviene. Pero sé que no estoy en condiciones de ser tu libertad, de ser tu felicidad, aunque no deseo nada con tantas ansias.

Parece que Quique González nos haya escrito canciones, parece que te tengo en las tardes de León aunque estés tan lejos, mientras me tumbo a escucharlas y dejo que pase el tiempo.

Y a veces me sobreviene el miedo. El miedo que explica por qué soy tan cobarde y por qué tú me secundas. El miedo a que el encanto de nuestras tardes se rompa si todo cambia, el miedo a que rompas las cadenas y después nada tenga sentido.

Jamás he soportado el conformismo y ahora me aferro a él. Reconozco que inmerso en este mar de dudas estoy a punto de ahogarme, pero aún me fío del tiempo que a través del viento me prometió una noche, medio inconsciente de whisky que un día sería diferente. Desde ese día me limito a esperar.

El Vendedor de Versos.

sábado, 25 de diciembre de 2010

Aquí

Es el escenario más deprimente de mi vida, aunque antes no lo fuera. Me recuerda todo lo malo, llevándose de un plumazo todo lo bueno, con una parcialidad e injusticia estremecedora. Mas así ocurre y no puedo evitarlo. Surgen los fantasmas que creí enterrados, una indiferencia aterradora me toma por completo, ganas de esconderse, de no salir ahí fuera. No quiero ver a nadie, no añoro nada, no concibo más patria que los escasos metros cuadrados que ocupa mi casa ni amo otra figura que no sean mis padres.
Escruto gélidamente los recuerdos, los despojo sin piedad de toda carga nostálgica y me autoconvenzo de que nada merece la pena aquí.
Me despierto por la mañana, pero no me levanto. Sonrío pero no me divierto. Pienso pero no comprendo.
No puede ser bueno no sentir apego alguno hacia tus raíces. No puede ser bueno no sentir apego hacia tus recuerdos. Pero es así y solo quiero enterrarlos, y no hacen más que revolverse en sus tumbas y recordarme que sí, que están enterrados, pero siguen vivos en sus ataúdes.
Hay quien maldice a la distancia y a la soledad. Yo las erijo amigas.
No habrá nadie tan ingrato con sus recuerdos como yo, nadie que pueda cargarse a la nostalgia sin remordimientos. No estoy bien aquí.

El Vendedor de Versos.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Tus desapariciones

Tus desapariciones no son tales a decir verdad. Son cambios de canal y de sintonía. Del programa de mis recuerdos al programa de tus presencias contadas.
No mereces ser tan protagonista en las idas y venidas de mi nostalgia compulsiva. Sigo atado a los fetiches que me trasladan al ayer los momentos de hace años.
Si ya de por sí me aterra el paso veloz e imparable del tiempo, más me aterran los cambios que pueda producir en ti. Está claro que me da miedo agarrar el toro por los cuernos y dejar de andarme por las ramas para contarte tu papel en mi obra teatral vital. Podría echarte en cara que no quisieras tomar el papel de protagonista y asumir que te quedaras apenas con un papel secundario, o casi como extra de alguna escena.
Puedo asegurarte sin embargo, que eres la actriz secundaria que más me ha marcado, protagonista única e inolvidable en algún capítulo de mi vida que conservo intacto.
Si aún me das señales y si todavía nos llamamos será por algo. El mismo miedo tienes tú a identificar ese algo, que yo a escribir un texto honesto y claro sobre ti.
Echo de menos un solo día de mi vida en el que tú estabas y me abruma ser tan inocente como para seguir recordándolo. Será porque nadie me ha enseñado una ciudad como tú, porque conservo en la memoria tu vestido de verano, tu libro de Huxley, el aroma de palomitas, el sabor del blue ice, y los besos que no te di pero quise darte.
Qué decirte, si me gustan de ti hasta tus desapariciones, hasta que te rías de este texto cuando lo leas, por desnudarte mis nostalgias y saber sin querer asumirlo que no las compartes.

El Vendedor de Versos.

domingo, 24 de octubre de 2010

Recortes en el Lago Ness.

Hemingway y Sabato.

Me esperan Hemingway y Sabato en la mesita de noche, mientras pierdo el tiempo bebiendo fuera haciendo apología del derroche.
Y pienso que para que me quieras por siempre sólo me basta esta noche, un vinilo de jazz, versos escritos en tus pezones, lujuria en los sofás, la autodestrucción reconstruida y hecha canciones.

Clásico.

Lo clásico es aquello que no se puede hacer mejor y efímero fue el tiempo que duró nuestro amor. No vuelvas a vestir de verdad tus caprichos. Entierra los recuerdos de Barcelona, he construido para ellos cientos de nichos. Fueron testigos de lo nuestro las paradas del metro, y testificaron sobre el final del trayecto los reproches, pidiendo rescate como si fuese un secuestro. Ódiame y cásate, me desintoxicaré con metadona, pero sé que nunca olvidarás aquellos besos en Urquinaona.

Arte.

No concibo nada mejor que convertir en arte todo este dolor. Soy consciente de que el desaliento sólo es un rumor que palpita dentro impaciente. Asegúrame tus noches que yo te daré mis días, algo parecido creo recordar, era lo que me prometías.

El Vendedor de Versos.

martes, 12 de octubre de 2010

Casa Natalio

Y la niña miraba la pantalla de televisión expectante. Su madre azuzaba para que estuviera atenta cuando saliera la princesa, el principito, los reyes y los soldaditos.
Me refugio en el aroma de mi café, anoche me bebí media botella de Jack y esta mañana me estaba respetando la resaca como casi siempre. Miro a mi alrededor y a parte de las portadas de los diarios deportivos nada más, y pienso que el mundo sería distinto si leyera poesía por las mañanas en lugar de ojear las memeces de Guasch o Roncero.
En otra mesa cinco jubilados echaban la partida mañanera entre carajillos de Magno, mirando de reojo el desfile, uno gruñendo contra el presidente y otro alabando al campechano Borbón.
Tras la barra un verdadero patriota tira del negocio en día festivo, y su hija prepara la mejor tortilla de patatas de la ciudad de León entera.
La niña se decepciona al ver un rey tan viejo y tan caduco aposentándose con su séquito a ver pasar pistolitas y soldaditos. Y más aún al ver un príncipe con cara de bobo y a una plebeya real que lo acompaña, la antítesis de Disney, pensará la pobre. Suena el himno, se iza la bandera y los españolitos observan orgullosos el día en que se exhibe el derroche de los impuestos que pagan.
Lo mejor es que ni siquiera me agita que aún se aplauda el día de la Hispanidad, apenas me provoca espanto nada. Y soy mucho más feliz así.
Marcho de Casa Natalio y me voy a San Marcos, saldré a correr un rato, el frescor de la mañana en León me purifica, apenas hay movimiento en las calles.
Esta mañana estoy contento.

El Vendedor de Versos.

sábado, 7 de agosto de 2010

Ella

"En nuestros tiempos no es la sexualidad la que a veces asoma su feo rostro, sino el amor"

El mago, de John Fowles.

Ella quiso quererme tanto como nadie antes quiso. Desnudo a su lado, sus pupilas rompían el más alto grito del silencio. Ese silencio que se asomaba cuando dejábamos de comernos a besos, que lanzaba interrogantes que eludíamos encarar. Nunca he sabido, ni sé, ni sabré explicarle bien los porqués de desistir con ella aun antes de empezar el camino.
Mi caos interno arrastra fuerte como una riada ese orden frágil que rara vez propongo construirme. Y como un castillo de naipes se derrumban mis intenciones, y mis miedos resurgen victoriosos de nuevo.
Intenté dejar a un lado el tremendo deseo que me transmitía para conocerla, y lo logré, sé que lo logré. Es una rebelde con causa o con causas, causas que rehúye contarme. Ni ella ni yo tenemos el valor suficiente de escupirnos con brutal sinceridad nuestros pasados en la cara. Nuestros pasados, que nos dejaron cicatrices, como las que tengo en el costado y ella acariciaba.
Aunque no lo sepa, o no quiera creérselo, le di más que a nadie. Aunque no lo valore, renuncié a unos valores de los que estoy escépticamente convencido de no haber hundido del todo, por descubrir qué se sentía entre aquellos brazos que me atrajeron como un imán ineludible.
Ella está por encima de banalidades y modernidades, de las estupideces artificiales que llenan la masa encefálica de muchas féminas. Ella vuela libre a base de versos que viajan con ese flow agresivo y tremendo, que contrastan con esa voz de niña dulce con la que caramelizaba mis oídos. La sensualidad hablaba a través de su voz cuando me pedía sexo.
A estas alturas, no le pido comprensión, sólo que no me odie. Verá que mi texto está falto de estructura y de coherencia. Falto de estructura y coherencia, como mis acciones y mis pensamientos, lo siento. No, no lo siento, precisamente porque no lo siento no ha surgido lo nuestro.

El Vendedor de Versos.

domingo, 25 de julio de 2010

Me

Valórame. Quiéreme. Fóllame. Flagélame. Sonríeme. Háblame. Léeme. Pésame. Júzgame. Cuéntame. Confiésame. Enamórame. Siénteme. Llámame. Paséame. Muérdeme. Acaríciame. Lámeme. Suéñame. Grítame. Susúrrame. Convénceme. Víveme. Interésame. Sedúceme. Olvídame. Tortúrame. Y finalmente... mátame.

El Vendedor de Versos.

jueves, 22 de julio de 2010

Retrato

No sé bien si es posible. Pero creo, que como Dorian Gray, tengo mi propio retrato, que toma lentamente formas desfiguradas fruto de mis acciones. Conforme fluye mi vida y según la talla moral de mis actos, mi gesto se deforma. Criticar todo por rebeldía y no amar nada con toda gana, permanecer lastrado por la desidia y la inconstancia mata el brillo de mi mirada. Aquellos ojos verdes y brillantes cada vez son más pequeños y expresan menos. Adiós a la profundidad de esa mirada que un día robó corazones sin que me los quedara. Corazones que me amaron y deseché.
Las noches perdidas, las horas insípidas, los conocidos que ni siquiera me conocían y con los que regalé mi tiempo.
Los besos que te regalé en un callejón y que no te merecías. Las sesiones de autodestrucción secreta por indisciplina contra el mundo, contra todo, contra nadie en especial y que finalmente solo se volvió en mi contra. Vi a niños que ahogaban su sed de juventud a base de vodka y whisky barato. Ay! Cuando se den cuenta del volar de los tiempos de gloria, cuando miren las palmas de las manos y no encuentren nada.
Esas noches perdidas, mi autodestrucción, han marcado bajo los ojos opacos una profundidad mortecina. Unas oscuras ojeras que borran mis rasgos infantiles y que me hacen aparentar todo lo que nunca quise.
No sé bien si es de tanto pensar. Pero tengo tantas entradas como pocas salidas veo a mi existencia-occidental-vacía.
Mi espíritu no engorda porque dejé hace tiempo mi espiritualidad de lado. Así que cada vez me veo más flojo, delgado, frágil, huesudo, quebradizo incluso. Mis facciones se hunden como si las llamara la tierra, como si la muy puta me obligara a arrastrarme ya como un gusano antes de tiempo.
No sé bien si será la soledad. La más terrible, la de sentirse solo acompañado, la de no encontrarle color a casi nada. Envidio insanamente a quien degusta y se relame con los sinsabores de los días.
Y cuanto más jodido estoy más lo refleja mi retrato. Os envidio a todas ¿sabéis? Porque a mí no hay maquillaje que me esconda las brechas del alma, que se asoman por la ventana de mi mirada las muy cabronas.
Y es que no sé bien nada y el retrato no tiene arreglo y yo tampoco. Hasta mi letra es ahora fea, retorcida e ilegible.

El Vendedor de Versos.

lunes, 19 de julio de 2010

Jack Daniel's

Qué importaba dormir tres horas después de haber trabajado un día entero... Qué importaba si tus besos iban a recompensar mis desgracias, los rutinarios días de esclavitud pagada, el insulso sabor de la vida de un perdedor. Tu lengua paseando por mis cicatrices para acabar cerrándolas del todo. Refugiándome del mundo dentro de ti, absorbiendo tu calor para no sentir nunca más el frío atroz que se amotina dentro. Acallar mis vivas tristezas, las más profundas nostalgias a base de ungüentos de juegos de niños y de locuras deshidratadas.
Mas lo único que conseguí al llegar fue robarte un beso. Un beso frío como el témpano. Todo lo demás, el tiempo que pasé contigo y todo lo que sufrí por dentro lo guardo en mi saco de fracasos que va a reventar dentro de nada, rebosante de sinsentidos.
Digería poco a poco el desencanto sentado frente a ti. Removiendo mi copa de Jack Daniel's con hielo que aturdía un poco mis lamentos. Yo estaba allí para quererte, tú estabas lejos. Y tus ojos me miraban pero no me veían. Pensaba que mis ganas de quererte me traspasaban la piel, y que tú lo verías apenas en un vistazo. Pero no. Volaste y volaron mis ganas de amarte. Y no volverás, no volverás.

El Vendedor de Versos.

lunes, 31 de mayo de 2010

Pedir un crédito

Me levanté por la mañana, hoy puede ser un gran día, canturreaba mi mente adormecida todavía. Todo estaba perfectamente planeado. El look, la vestimenta, un aura que transmitiera mi capacidad de devolver a plazos cualquier crédito del mundo. Me sentía un pobre trabajador, ahogado por las insensibles garras del gastacomprapaga, digo, del capitalismo. Fluían tipos de interés por mi cabeza, tantos por ciento, meses sudando para devolver un importe pequeño, un ogro banquero que se reiría de mí. Para más inri sería gordo y áspero, y al soltar sus carcajadas vería sus dientes retorcidos y negros de fumador empedernido y vividor de pagahipotecas. El look elegido para pedir mi crédito se compuso de pantalones tejanos de color oscuro, camisa de cuadritos pequeños, arreglado pero informal. Y lo más importante, el toque magistral que puede transformar al más quinqui en ávido lector de cero a cien en dos segundos: unas gafas de montura fina y cristal gordo. Insisto: infalible.

Advierto a un joven banquero, señalado con el cartel de “particulares” así que hacia allí me dirijo con mi particular turbación. Delante, una señora con una preciosa y negra cabellera, charlaba alegremente con la figura que concedería mis deseos, ese genio de la lámpara vestido de traje y corbata que trabaja en la Caixa. Mis glándulas sudoríparas conscientes de la importancia del momento empezaron a emocionarse de la ilusión, dejando correr alegres chorros por mi frente y espalda, de mis axilas corrían torrentes de emoción incontrolada.

Cuando la señora de la preciosa y negra cabellera -como llamaré puesto que los nervios no me dejaron fijarme en nada más- se retiró, llegue y aposenté mi trasero en la cómoda silla de la Caixa, sección particulares.

- Venía a consultarle sobre un crédito –balbuceé-. Acostumbrado a estas habituales peticiones, el joven banquero, distante de mi maliciosa figura imaginaria, de mi enrevesada concepción del gremio bancario, siguió cual programado autómata el protocolo. Cantidad, finalidad, y datos personales. La pregunta de cuánto ganas me hizo sentir como desnudo en medio de la plaza del pueblo con mi pito encogido y con la gente mirando y riendo, haciendo fotos y llamando a sus familiares y amigos para que corrieran a contemplar la escena. Pero mi genio de la lámpara, muy profesional él, contuvo la carcajada al oír el irrisorio salario, parecido al coste de una llanta de su coche. A la cuestión, “para qué necesitaría el crédito, grosso modo”, una rápida serie de incógnitas me sobrevino. ¿Y si fuera para drogas? ¿Si quisiera ese crédito para contratar un sicario? ¿O para pegarme una fiesta que ridiculizara las de Fredy Mercury? Suerte que mis razones eran más de estar por casa, más triviales. Pagarme un coche con más años que yo, un seguro más caro que el coche, y unas prácticas más caras que medio coche del señor de la Caixa.

Ya os contaré, pero en cuanto lleve una serie de papeles, muchos papeles, mi amigo banquero me ha dicho que no habrá problema. Por eso hoy estoy contento. ¡Visca la Caixa!

PD: Espero no acabar diciendo visc a la Caixa, puesto que eso conllevaría mi pase a la indigencia.

El Vendedor de Versos.

jueves, 8 de abril de 2010

No te conformes con ser mediocre

Alguien dijo que todos somos geniales hasta los siete u ocho años, pero que luego tratamos de parecernos a los otros. Buscamos la mediocridad y casi siempre acabamos lográndola. No te empeñes en ser mediocre si puedes ser genial. Procura ser tú mismo. No hagas lo que todos, no digas lo que todos, no pienses lo que todos. No alimentes las mismas mentiras y la misma basura que todos. No te conformes con ser un borrego mediocre, si puedes ser alguien... genial.

Jesús Quintero.

domingo, 7 de marzo de 2010

Tras el cristal

Rara vez soy capaz de recordar mis sueños. Tras un cristal empolvado y sucio te observaba desde la sombra, inmóvil. Te encontraste con él. Vuestra complicidad heló mis ilusiones y el barco de mis ensoñaciones fantasiosas naufragó. Tras el cristal supe que no me pertenecías, la sonrisa que le dedicaste me apartó de tu vida sin necesidad de que nadie me lo indicara.
Giraste la cabeza y me viste sin hacerlo. Estabas radiante. Descubriste mi rostro teñido de eterna desilusión. No recuerdo más. Mi memoria a veces es tan frágil como mi felicidad.
Solamente tú puedes decirme si el sueño fue una premonición, un augurio, una certeza... O uno más de todos los sueños sin sentido que visitan mi descanso.
Sobrevaloramos los sueños.

El Vendedor de Versos.

domingo, 10 de enero de 2010

El niño de los Román

El nacimiento del primogénito de los Román era todo un acontecimiento en la villa. Las familias solían lucir y adornar sus hogares con las mejores galas para presentar en sociedad a las criaturas recién nacidas. Desde todas las casas acudían con presentes para el pequeño pocos días después de que la buena nueva se difundiera como pólvora de un extremo al otro del pueblo.

Los Román eran una familia conocida. Si bien es cierto que en el pequeño pueblo era complicado no conocer a casi todos sus habitantes. Las mujeres se encargaban de repasar las idas y venidas de cada cual mientras realizaban sus quehaceres, y de chisme en chisme se les pasaban las horas. La familia estaba bien asentada. El abuelo hizo fortuna vendiendo terrenos que posteriormente se edificaron, así que el bebé fue a nacer en una casa bien. Probablemente podría disfrutar de su infancia sin tener que mancharse las manos trabajando en las tareas del campo como predestinaba el futuro a los niños del pueblo. Tendría estudios universitarios pagados en la ciudad cuando se hiciera mayor. Tal vez le inculcaran una vocación, médico o abogado.

Ya estaba todo a punto. La casa había sido minuciosamente decorada y la limpieza exhaustiva por Juana, la criada de la familia. La mujer llevaba más de veinte años al cuidado de la familia Román. Humilde, introvertida y agradable llegó al caserón de la familia cuando contaba dieciséis años. Su familia imploró a Diego Román que contratara a la niña para ayudar a su familia, tremendamente miserable y con su madre enferma. El señor Román se compadeció y accedió. En cambio, no era precisamente la bondad lo que caracterizaba a don Diego. Su trato desde siempre con la muchacha era rudo y poco considerado. La tremenda lealtad y discreción de la joven fueron ablandando el corazón del terrateniente. Y allí seguía.

Todo debía estar perfecto, iban a recibir hasta la visita de don Adolfo, el alcalde del pueblo, tremendamente rico y con importantes contactos e influencias. El riquísimo abuelo de la criatura iba a viajar desde la ciudad hasta el pueblo, aparcando sus negocios, para conocer a su primer nieto.

Comenzaron a llegar los vecinos que llevaban consigo sabrosos pasteles, ropita cosida para el bebé y toda clase de presentes.

El niño de los Román reía a carcajadas con la criada. Sonreía y yacía tranquilo en los brazos de Matilde, la mujer del carpintero, incluso se relajaba y adormecía cuando lo acunaba la esposa del labrador. Los vecinos se admiraban de la simpatía del pequeño, con sus grandes y curiosos ojos de color azul grisáceo. Era una criatura hermosa, tranquila y alegre.

Toda la mañana fue un constante ir y venir de visitas, y los padres del pequeño se sentían harto halagados por las atenciones recibidas de sus vecinos y amigos. Ya por la tarde, el abuelo llegó al pueblo y raudo entró al caserón para visitar a su nieto.

Con un abrazo saludó a su hijo, el encargado de gestionar las tierras y los negocios de él mientras estaba ausente. Besó en la mejilla a su nuera, y la miró con orgullo y satisfacción. Le había dado su primer nieto. Poco a poco se acercó a la cuna con sigilo para no perturbar la tranquilidad del bebé.
Al verlo, el niño abrió los ojos de par en par, lentamente su rostro tomó una notable expresión de miedo y rompió en el más clamoroso de los llantos. Enrojecía y pataleaba con rabia, y la madre intentaba consolarlo por todos los medios... Resultaba extraño que el risueño y dormilón bebé se mostrara así. El abuelo no le dio importancia y salió al porche a fumarse un pitillo de tabaco negro. Fue entonces cuando el niño se tranquilizó y dejó de llorar. En la puerta, puro en mano, don Diego se encontró con el alcalde que venía a conocer al pequeño y dar la enhorabuena a la familia. Se saludaron amigablemente y con una breve disculpa entró a la casa. El bebé calmoso y entretenido con un peluche que le regalaron el panadero y su señora, tuvo la misma reacción que al ver al abuelo y con más desespero si cabe. El llanto y los berridos impedían la conversación del alcalde con los padres. El padre que no sabía dónde meterse, salió y acompañó afuera al alcalde. Los tres hombres comentaban la reacción del pequeño y el padre argumentaba que quizá se encontrara mal o tuviera hambre.

Cuando se disponían a entrar de nuevo, apenas el bebé percibió su presencia amagó con llorar aún más fuerte que antes y precipitadamente abuelo y alcalde se despidieron de la familia y salieron del caserón.

Aquella noche, mientras dormía el niño, los padres comentaban la reacción de la criatura y buscaban porqués a tan extraño comportamiento.

Ramón Yáñez, el ermitaño que vivía en las montañas y se refugiaba en las cuevas bajó a por víveres al pueblo. Topó con la esposa del señor Román, y ésta intentaba ocultar su desagrado por encontrarse con el barbudo y andrajoso misántropo.

“Tiene usted entre sus brazos a un niño excepcional Alicia. Veo en sus ojos capacidades extraordinarias. Este jovencito es capaz de leer con sus enormes ojos claros el corazón de quienes lo rodean. Cuídenlo mucho señora, cuídenlo mucho. Es excepcional, excepcional… Y caminando se perdía el sonido de la gruesa voz de Yáñez, que reía y afirmaba con la cabeza. “Excepcional, excepcional”.

Alicia no dejaba de pensar en las misteriosas palabras del ermitaño. El alcalde y el padre de su esposo estaban simbólicamente señalados por aquella criaturita que apenas se despertaba para comer…

La particular capacidad del niño, perduró hasta que se hizo más mayor. Sus síntomas al localizar los corazones impuros en cambio, habían variado. Solía temblar y marearse cuando se encontraba con el párroco del pueblo, seguía atormentándole la simple presencia visual de la figura del alcalde, y no consentía contactar con su abuelo. Su segmento de corazones impuros se ampliaba cuando viajaba fuera del pueblo. Sin conocerlos de nada, el tembleque recorría su cuerpo desde los pies hasta las manos, al hallar a la vista a seres mezquinos y aparentemente dignos y de bien.

El niño de los Román se trasladó a sus dieciocho años a la ciudad para estudiar derecho. A las pocas semanas abandonó la carrera. Los síntomas de su rara enfermedad no cesaban. Los restaurantes frecuentados por las clases altas y a los cuales acudían todos los domingos en familia, se convertían para él, en tugurios que no podía siquiera pisar, presa de los mareos y los sudores que le tomaban.

Apenas era un muchacho cuando huyó. Huyó para no tener que volver a la ciudad para no enfermar más.

Nadie sabe ni supo nada del niño de los Román. Desapareció.

El Vendedor de Versos.


martes, 5 de enero de 2010

Libertad


Quedamos en un hotel con vistas al mar, discreto para que nadie nos viera, evitar las miradas de curiosidad enfermiza, las recriminatorias, la pupila ardiente de los chismosos.
Nada más vernos nos besamos, como se besan los amantes prohibidos, como si el mundo terminara en horas y pudieras evitarlo fundiéndote en otros labios.


Cogido de la mano, entré con ella a la habitación, nunca había sentido nada igual.

Nuestra habitación estaba en la séptima planta, las olas pegaban con fuerza contra el arrecife, y el sonido de cada ola acariciaba nuestro cuerpo, salía y entraba de él, se paseaba por la habitación, amplia y cómoda, como balcón en el mar.

Era increíble poder descubrir su rostro, un milagro, una proeza que solo los valientes alcanzan. Su piel era blanca y suave, sus labios… para sus labios no se han inventado palabras dignas para describirlos… Sus cabellos rojizos, como si Dios los hubiera diseñado especialmente para ella… Su cuerpo era de formas muy perfeccionadas, ninguna parte destacaba por encima de las otras, armonía de las curvas que al recorrerlas conducían a la locura. Y desprendía una fragancia sin igual, como si un viento la acariciara y la perfumara constantemente, el perfume que mataría la conciencia, que te haría morir por ella sin dudarlo un instante.

La unión de nuestros cuerpos fue como una experiencia espiritual, sobrenatural, extraterrestre…

Cuándo terminó la noche, los rayos de sol despidieron a la madrugada, y con la llegada de la mañana nos dio por hablar, y hablar y hablar…

Su voz era entre triste y esperanzadora… Me contó que muchos querían acabar con ella, que muchos querían violarla… Que los hombres y las mujeres la buscaban de muchas formas, pocos la alcanzaban, y el camino sólo era uno, pero no quiso contármelo… Que algunos, malvados y perversos, la privaban de tener contacto con las personas que habían cometido errores… Las nuevas invenciones esclavizaban a cada vez más personas y a nivel global, habían tantas cosas que la deprimían profundamente...

Nos despedimos, muy a mi pesar… Le dije que siempre lucharía por ella, siempre la buscaría, siempre sería mi principal deseo, y no permitiría que me prohibieran verla…

Se llamaba Libertad… Y sin más me dejó…

Agosto de 2007.

El Vendedor de Versos.