jueves, 29 de enero de 2009

El refugio

Siempre vuelvo a ti. Vuelvo como el hijo pródigo cuando intento apartarte de mi vida. Pero es como un círculo vital vicioso, como el proceso que hace que llueva. Te antojas imprescindible e indispensable como la respiración. Captar el oxígeno que a veces falta en el aire cargado y viciado de la ciudad. Respirar jadeante. Ahogarse de angustia, de hastío, de pena.

Entonces llamo a la puerta. Y la puerta del refugio siempre está abierta. Quizá tan irreal como el mundo imaginario que todos creamos de pequeños. Ese mundo de inocencia y fantasía, mundo perfecto jamás comparable al que pueda imaginar ningún hombre.

Allí en el refugio, a base de historias, uno huye extasiado y a toda prisa de una realidad que aborrece. Y allí a saltos, a grandes zancadas, al galope, escapa de las barreras, de las fronteras, del “yo no puedo”, de los límites naturales de todo ser humano, se acaricia la irrealidad. Se olvida la mezquindad de la sociedad, su estilo de vida y su motor chamuscado.

En el refugio uno puede morir, incluso matarse, con la certeza absoluta de estar más vivo que nunca.

Y matar. Matar con saña, con premeditación y alevosía a personajes que nunca conocerá.

Se puede hacer el amor durante una noche entera sin rozar siquiera la piel.

Viajar a la otra punta del mundo sin equipaje, sin tomar rumbo hacia ningún lugar.

Amar. Amar locamente y sentir el más puro de los sentimientos sin que nada haya en el corazón.

Describir cosas hasta el más mínimo detalle sin verlas.

Quizá vuelva a la edad media o viaje al futuro, futuro que no distará mucho de la edad media. Ahora los señores feudales visten de traje y corbata.

En el refugio puedes servirte un buen plato del corrompido sistema y comértelo. Y devolver el putrefacto pedazo, sintiéndote tan satisfecho como después de saborear un entrecot en su punto.

Eludir y tratar de mentirosa a la horrible realidad.

En el refugio puedo ser lo que yo quiera. Concebir el mundo que desee, pintar a la gente que yo quiero, decidir hasta el color de sus calzoncillos. Ser rico sin dinero, y vivir hasta que me canse.

Puedo bajarle las bragas a valores que dan risa, a vuestros valores de cartón, y violarlos sin sentirme culpable.

Y a veces lloro en mi refugio sin lágrimas. Que las lágrimas duelen menos que el dolor del alma.

Quiero decirle al mundo que he muerto.

Cuando me vean por la calle que sepan que solo es un cuerpo, una simple carcasa. Un cuerpo que se mueve por inercia, por rutina, por deber, sin demasiada reflexión, quizá ninguna.

Yo no existo. Que me vengan a buscar, a conocer y a querer en mi refugio.

… Introspección…

El Vendedor de Versos.

Poema de Oliverio Girondo.

Llorar a lágrima viva
Llorar a chorros.
Llorar la digestión.
Llorar el sueño.
Llorar ante las puertas y los puertos.
Llorar de amabilidad y de amarillo.

Abrir las canillas,
las compuertas del llanto.
Empaparnos el alma,
la camiseta.
Inundar las veredas y los paseos,
y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.

Asistir a los cursos de antropología,
llorando.
Festejar los cumpleaños familiares,
llorando.
Atravesar el África,
llorando.

Llorar como un cacuy,
como un cocodrilo...
si es verdad
que los cacuyes y los cocodrilos
no dejan nunca de llorar.

Llorarlo todo,
pero llorarlo bien.
Llorarlo con la nariz,
con las rodillas.
Llorarlo por el ombligo,
por la boca.

Llorar de amor,
de hastío,
de alegría.
Llorar de frac,
de flato, de flacura.
Llorar improvisando,
de memoria.
¡Llorar todo el insomnio y todo el día!