viernes, 7 de octubre de 2011

Pecado capital

El mundo sigue dividido entre los optimistas que piensan que dentro de poco comeremos mierda y los pesimistas que auguran que no habrá mierda para todos.
Manuel Saco
¿Cuándo los sonidos de los andenes se convirtieron en vulgar estruendo? ¿Cuándo las masas de gente impersonal pasaron de formar un paisaje multicultural, poético, admirable a marabunta atolondrada?
Fue un despertar incómodo, con la cabeza desorientada y muy pocas ganas de arrojarme al portal y entregar mi cuerpo a los vaivenes de la ciudad, muy pocas ganas de saludar el estúpido tragín de Barcelona y su centro neurálgico, neurótico, psicótico, psiquiátrico, psicópata.
La contaminación acústica de la comunidad de vecinos quizá me sensibilizó durante la noche algo más que los oídos.
¿A dónde irá tanta gente y por qué la ciudad sobrevive día tras día en pleno naufragio del mundo? Los aires de apocalipsis soplan más fuerte en la capital. Esa capital bien puta y vicerversa que enferma a cualquiera y escribe guiones de locos que recitan sujetos enloquecidos sin sujeción. Que conste en acta: enloquecidos que no locos, empobrecidos que no pobres, enaltecidos que no altezas. Brillan de sol radiante las plazas de la capital sin pecado. Las plazas desalojadas de las voces acusadoras que no gustan a los acusados. Por la noche se viste de luto, delito y delirio, y se transforman en la capital del pecado, de pecado capital.
De miles sin trabajo rebuscando en la basura, de basura que se alimenta de esos miles sin trabajo. De imperios que asimilan esa miseria debiendo colocarla en el pasivo de su balance, si es que pasan cuentas alguna vez.
Yo no quiero ser cómplice de toda esta mierda y asisto asolado, desolado, deshonesto al hecho consumado de que sin querer lo soy.
Vivir en la ciudad es una condena firmada, un amor que muta en odio, una sarna que pica sin gusto, unas malvas que arraigan sobre corazones muertos entre ajetreos, pitidos de claxon y bolsas de la compra.
Vuelven a brillar de sol radiante las plazas de la capital sin pecado, vuelven a oscurecer los telones negros de la noche el escenario tragicómico del pecado capital.

El Vendedor de Versos.




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