lunes, 26 de septiembre de 2011

Entonces supe que no iría

Salí de aquella sala sentenciada de muerte, desorientado. Sentí nacer de nuevo. Me atrajeron los coches envueltos en la soledad de la noche, que cómplice los acogía en su seno. La pintura metalizada se vestía de la capa fría de humedad. Empecé a caminar hacia casa muy lento, deambulando. Como un loco desorientado sabiendo que todo partía de cero. Mi sensibilidad aumentó y captaba los sonidos de la calle, miraba con curiosidad las luces, los carteles de pisos en venta, la plaza nueva sin nadie, sin alma. Aparté mi propia soledad hiriente, la agresiva y dañina sensación de no tenerte.
Las palabras empezaron a tomarme por completo. Partir de nuevo, dejarte atrás, olvido sin remordimientos. Saberme consciente del amor que en mí no habita. Concienciarme de mi propia nada, de la vaciedad de mis días vividos hasta ahora. Pasé de largo, mirando de reojo aquellos lugares en los que me refugiaba de la punzante falta que tomó mi ser, de la que no puedo librarme. La noche era un descampado fúnebre. Yo también. Por dentro yo era también la nada, un piso en venta, luces encendidas hasta el amanecer que no alumbraban a nadie.
Aparté el recuerdo de los besos que supe sentir sin sentido, de tus caderas moviéndose encima de mí, de la pasión que nos movía siendo un motor que se apaga cuando el amor no es mutuo.

Sentí nacer de nuevo. Entonces supe que no iría.

El Vendedor de Versos.

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