martes, 12 de julio de 2011

Adoquines

Cuando era pequeño jugaba a no pisar las juntas de los adoquines y avanzaba a saltitos como si hubieran minas antipersona en el suelo. Hoy me siento incómodo, como si de niño hubiera errado algún paso y hubiera pisado la junta que no quería pisar y hubiera perdido ese juego en el que yo mismo era mi único rival.
Esta vida de adulto no deja lugar para juegos de niño y solo permite la vida en el espacio que nos dejan la espada y la pared. No deja lugar al sueño ni la utopía ni al "yo de mayor quisiera ser". Porque quieres ser y no puedes, porque cuando me explicaban que la vida era difícil yo no me imaginaba cómo de difícil era y año tras año crezco y el sufrimiento advertido se queda corto.
Ojalá asumiera la rutina y la vida adulta como mía, como la que quiero vivir. La vida de la hormiga trabajadora que solo tiene en mira pan y refugio. Afiliado al caos no quiero vidas estables que el mundo inestable aplauda. No quiero considerarme afortunado porque estoy integrado en la sociedad y un empleo. Aún mantengo guardadas las ganas de vivir, de sentir, de viajar, de no tener nada claro ni aferrarme a la seguridad ficticia. No puedo tolerar el sentimiento que me sobrevino al cruzar plaça Catalunya donde los "indignados" que deberíamos ser todos luchaban contra una marea que tristemente acabará por volvernos a arrasar. El sentimiento de no estar haciendo nada, de no sentir ganas de rebelarme contra la injusticia más desaforada, el sentimiento de ser parte del terrorífico cuento que convierte personas en brazos impulsores del crecimiento a cualquier precio.
Esa vida monótona que se asemeja tanto a aquellas juntas de los adoquines que no quería pisar cuando era pequeño.

El Vendedor de Versos.

1 comentario:

Sara dijo...

Jose! Te leo desde Brujas, nunca dejes de escribir. =)