viernes, 11 de febrero de 2011

El articulista

A nivel profesional estaba sumido en un mar de dudas. Semana tras semana sus artículos eran aplaudidos por muchos lectores y desacreditados por detractores a partes iguales. La crítica era la señal de que sus artículos no eran inocuos, que metían el dedo en la llaga y tocaban conciencias. Eran la alarma que recordaba al mundo que lo que habíamos construido hasta ahora se cimentaba en los pilares de la injusticia, que el capitalismo feroz y las nuevas tecnologías nos mataban la humanidad, el espíritu. En ocasiones encarcelado, juzgado y maltratado cuando indagó en asuntos políticos realmente turbios. Amenazado cuando se atrevió a investigar los oscuros movimientos de directivos y empresarios muy importantes.
El asunto, sin embargo, no era ese. Se sentía realizado al haber orientado su vocación periodística hacia fines útiles. La lucha verbal, la comunicación de verdades que intentan ahogar, el periodismo como medio de comunicación no como medio de control, de medias verdades, que casi siempre eran mentiras completas. A la vez, el desasosiego lo había ido consumiendo con el tiempo. Se sentía realmente deprimido al sentir que sus artículos eran pasatiempos. Que la mayoría los leía, y pensaba, qué razón y qué valor tiene este tipo, pero nada más. Y encontró estúpido luchar unilateralmente por cambiar un mundo que la sociedad resignada parecía no querer cambiar. La resignación y el conformismo, la falta de pensamiento, el egoísmo, sostener lo insostenible, la ignorancia y su alarde constante.
Ese desasosiego iba matando sus ganas, iba acechando contra su ímpetu hasta hastiarlo, y la depresión lo había tomado por completo.

La puerta se acababa de cerrar. El portazo y el nunca más de Lucía dibujaba un punto final imborrable. Enamorado desde hacía años, las citas pasionales con ella se sucedían de tarde en tarde. A veces desaparecía por largo tiempo sin previo aviso y otras aparecía cuando menos la esperaba. Sabía que perderla significaba el fin de sentir, el fin de un motivo, el fin de amar. Esta vez, en una de sus apariciones sorpresa, venía a comunicarle su compromiso con Juan Márquez, un rico empresario de la ciudad. El compromiso representaba un triste simbolismo. Si bien el conformismo general mataba sus ganas por seguir luchando, finalmente, Lucía cedía a casarse con un joven rico, a casarse con el poder, a cambiar un hipotético futuro basado en lo que estaba por llegar, en sueños nobles, por un presente práctico pero terrible, el triste acto de venderse, de cortarse las alas y no querer volar.
Una inmensa oscuridad tomó su ser, la luz que podía entrever se apagó y no vio más allá. La caja de antidepresivos se adueñó de su pensamiento, alargó el brazo y se tragó una dosis que quintuplicaba lo aconsejado.
Sin ganas de dejarle una carta de despedida al mundo, lo dejó. Románticamente, sufriendo un terrible dolor interno, el dolor de ceder ante la muerte, pero aún más el dolor de ceder a la desesperanza y de saber que el mundo entero está también muriendo y de que se conforma con vivir una lenta agonía voluntaria.

En memoria de Mariano José de Larra,

El Vendedor de Versos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cómo me gustan tus textos...
Pero recuerda que el hombre de hojalata, a pesar de tener sentimientos, no es de barro. Él no se puede romper :)