domingo, 31 de julio de 2011

Tragicomedia

Qué tragico sentir que las paredes se te echan encima y se convierten en zulo, aunque sean casi cien metros cuadrados los que te rodean y en los que vives. Qué cómico que se hipotequen treinta años de vida por comprarlos. Qué tragico que resulte tan trágico estar tan solo. Si nadie llena las habitaciones y los espacios de esta casa para qué quiero yo una hipoteca. Qué cómico, porque me hipotecaría toda la vida para pagar a plazos una casa llena de felicidad compartida contigo.

El Vendedor de Versos.

jueves, 21 de julio de 2011

Números primos

Ya no recuerdo la última vez que sentí tan apremiante la necesidad de escribir. La sensación de tener que hacerlo cuando apenas hace una hora que te marchaste. Quizá porque llenas mis espacios vacíos completándolos como nadie, encontrando piezas de mi rompecabezas desordenado. Y aunque no sea ahora quisiera que siguieras llenando mis espacios. Tú vives en una canción de Bon Iver o de Ferraby Lionheart, tú vives en cada verso de Charly Efe. En mí, en mis soledades, en las mañanas que no estés, en los momentos que vendrán y serán menos perpetuos si no los comparto contigo. No estarás vistiendo de sencillez ni con sonrisas la artificiosidad de los días tristes, en los que nada pasa.
Y así, sin esperarlo, como vienen las cosas importantes que apenas se imaginan apareciste. Fugaz como el beso que te di con la excusa más burda del mundo, quedándome trastocado preguntándome por qué antes no te di cien más como esos.
Tú y yo somos dos números primos como en la novela de Paolo Giordano, separados siempre por un número par que reside en tu mente y te sigue haciendo daño, y que nos distancia y no permite tocarnos.
Te echaré de menos.

El Vendedor de Versos.

martes, 12 de julio de 2011

Adoquines

Cuando era pequeño jugaba a no pisar las juntas de los adoquines y avanzaba a saltitos como si hubieran minas antipersona en el suelo. Hoy me siento incómodo, como si de niño hubiera errado algún paso y hubiera pisado la junta que no quería pisar y hubiera perdido ese juego en el que yo mismo era mi único rival.
Esta vida de adulto no deja lugar para juegos de niño y solo permite la vida en el espacio que nos dejan la espada y la pared. No deja lugar al sueño ni la utopía ni al "yo de mayor quisiera ser". Porque quieres ser y no puedes, porque cuando me explicaban que la vida era difícil yo no me imaginaba cómo de difícil era y año tras año crezco y el sufrimiento advertido se queda corto.
Ojalá asumiera la rutina y la vida adulta como mía, como la que quiero vivir. La vida de la hormiga trabajadora que solo tiene en mira pan y refugio. Afiliado al caos no quiero vidas estables que el mundo inestable aplauda. No quiero considerarme afortunado porque estoy integrado en la sociedad y un empleo. Aún mantengo guardadas las ganas de vivir, de sentir, de viajar, de no tener nada claro ni aferrarme a la seguridad ficticia. No puedo tolerar el sentimiento que me sobrevino al cruzar plaça Catalunya donde los "indignados" que deberíamos ser todos luchaban contra una marea que tristemente acabará por volvernos a arrasar. El sentimiento de no estar haciendo nada, de no sentir ganas de rebelarme contra la injusticia más desaforada, el sentimiento de ser parte del terrorífico cuento que convierte personas en brazos impulsores del crecimiento a cualquier precio.
Esa vida monótona que se asemeja tanto a aquellas juntas de los adoquines que no quería pisar cuando era pequeño.

El Vendedor de Versos.